En mi visita reciente a Euskadi, me pregunté ¿Cómo han de reaccionar los medios de comunicación de una ciudad cuando los vecinos de un barrio acosan a una familia por ser de etnia gitana?
En Vitoria-Gasteiz, desde Agosto de 2017 estamos asistiendo a un pogromo[1] a fuego lento, premeditado y azuzado por una histeria social colectiva, contra una familia, los Manzanares Cortés, de etnia gitana.
La multitud de dos pueblos del extrarradio de Vitoria (ya convertidos casi en barrios por la expansión de la ciudad), al principio en Abetxuko y después en Asteguieta, de forma organizada, fomentan un ambiente de histeria vecinal, atribuyendo hechos criminales a la familia por el hecho de su etnia gitana. Su argumento es muy simple, asimila la etnia gitana a actitudes criminales y ante la «inseguridad» creada por la llegada de esta familia a su barrio, la solución es su expulsión. Esto en los Balcanes, (cierto, estamos hablando a una escala menor) lo llaman limpieza étnica. Una definición más ajustada sería la de racismo, del puro y del duro.
Quizás el problema del racismo en España contra los gitanos es que no lo vemos, o peor, no lo queremos ver, porque hemos nacido y crecido en él. El grado de institucionalización histórica del racismo contra los gitanos viene de lejos. Dos datos que nos deberían helarnos la sangre, presuntamente democrática. Uno, en julio de 1749 se produjo la Gran Redada, también conocida como Prisión general de gitanos, con la que se dio inicio al proyecto de «exterminio» autorizado por el rey Fernando VI de España, y que tras desechar la opción de la expulsión, se encargó al Marques de la Ensenada, el arrestar, y finalmente “extinguir” a todos los gitanos del reino a través de su separación física por sexos y edades. Y dos, hasta 1978 el reglamento de la Guardia Civil ordenaba que se vigile «escrupulosamente a los gitanos» (artículo 4) y establecía, en su artículo 5, lo siguiente: «Como esta clase de gente no tiene por lo general residencia fija, se traslada con mucha frecuencia de un lugar a otro, en los que son desconocidos, conviene tomar en ellos todas las noticias necesarias para impedir que cometan robos de caballería o de otra especie.»
¿Cómo ha de reaccionar la prensa? ¿Habrá quizás contribuido la prensa en Vitoria-Gasteiz a la creación de esa narrativa, por no decir histeria, criminalizadora contra una familia? Está claro que algunos medios de comunicación, con fuertes excepciones, se han dejado llevar por el sensacionalismo y populismo, obsequiando con su legitimidad posiciones de un racismo claro.
Tirando de hemeroteca de artículos recopilados por activistas de derechos humanos desde Agosto de 2017, el panorama es preocupante. Parece como si el código ético y el deontológico de muchos, que no todos, periodistas hubiera sido borrado permanentemente de sus memorias.
Ya en los primeros artículos se establece una narrativa de un hipotético y futuro conflicto social, aceptando y legitimando rumores de la multitud, sin el más mínimo contraste. La familia Manzanares Cortes no es presentada como tal, sino que se recurre a eufemismos tales como «el temido Clan de los Bartolos«. Incluso hace falta esperar literalmente varios meses para poder leer los primeros artículos donde se entrevista y se da voz a la familia, pero el daño provocado por la parcialidad y subjetividad de los medios de comunicación ya está hecho. Los adjetivos y los eufemismos abundan, huyendo del periodismo profesional basado en hechos contrastados. Por ejemplo, al acoso multitudinario de los vecinos contra la familia, los periódicos informan de los hechos refiriéndose solo a cómo este acoso ha sido denominado por los vecinos como «paseos por la convivencia«, sin analizar los hechos. En unos de estos acosos, cuya visualización está disponible en las redes sociales, la multitud organizada y encuadrada, se refiere a través de una canción a la familia como «ratas». Yo es aquí donde hubiera esperado que los medios de comunicación hubieran informado y explicado a la opinión publica la grave deshumanización de una familia, que forma parte de una minoría, por un grupo mayoritario. No fue así.
¿Cómo es que la prensa no informa y expone estos hechos como actos de discriminación? ¿Cómo es que no informa del impacto que este pogromo de Vitoria-Gasteiz tiene en una de sus familias, los Manzanares Cortes, empezando por el disfrute de uno de los derechos básicos y fundamentales, como es el derecho a la libertad de movimientos?
De la responsabilidad de los medios de comunicación ante el racismo y otros temas hablamos con profesionales, activistas de derechos humanos, incluso con representantes vecinales de dichos barrios, en una jornada organizada por la Asociación pro Derechos humanos Argituz, junto con el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz.
Es evidente que dada su posición de poder, la prensa tiene una responsabilidad no solo en promover la libertad de expresión sino también promover la igualdad y la no-discriminación. En esta dirección, es vital que los códigos de conducta ética y deontológica de los periodistas se conviertan en documentos vivos en las redacciones. La mayoría social no puede erigirse en juez sobre si las minorías pueden disfrutar de sus derechos fundamentales. Volver a los hechos y exponer los actos de racismo los acaecidos en Vitoria-Gasteiz como lo que son, es un primer paso.
[1] Pogromo (del ruso «pogrom», o devastación) es sinónimo de actos de violencia y linchamiento multitudinario, espontaneo o premeditado. Wikipedia.